Rania Zaboubi, refugiada siria, perdió a ocho miembros de su familia en la tragedia que ha dejado más de 16.000 muertos en Turquía y la vecina Siria.
“Encontramos a mi tía, pero no a mi tío”jadea Rania Zaboubi mientras revisa docenas de bolsas para cadáveres depositadas una por una en el estacionamiento del hospital principal en Antakya, al sur de Turquía, convertido en una morgue al aire libre después del terremoto mortal del lunes.
Rania Zaboubi, refugiada siria, perdió a ocho miembros de su familia en la tragedia que ha dejado más de 16.000 muertos en Turquía y la vecina Siria.
En el estacionamiento del principal hospital de Antakya, una ciudad de 360.000 habitantes en la provincia de Hatay, otros sobrevivientes iban cuerpo a cuerpo en busca de conocidos.
La noche del miércoles, periodistas de la AFP contabilizaron cerca de 200 cuerpos esparcidos a ambos lados de las carpas donde se atiende a los heridos.
Al menos 3.356 personas murieron en Hatay, más de un tercio de las muertes reportadas hasta ahora en Turquía.
Dada la magnitud del desastre, no había suficiente espacio en el amplio estacionamiento, por lo que se colocaron siete cuerpos junto a un contenedor de basura desbordado.
El hospital tiene enormes grietas visibles en una de sus paredes pero permanece en pie.
Sin embargo, las autoridades decidieron desalojarlo porque debido a los daños en su interior, el edificio ya no puede recibir pacientes ni cadáveres.

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Los pacientes, clasificados en tres colores según la gravedad de sus lesiones, son atendidos en carpas ubicadas fuera del edificio.
Muchos fueron trasladados en helicóptero a hospitales que resistieron el sismo y varios de ellos fueron trasladados a Adana.
Pero los muertos yacen sobre el asfalto helado.
¿Cuántos han sido traídos al sitio desde el lunes? “Demasiados”, responde Yigitcan Kayserili, un voluntario de Ankara. “Tal vez 400, tal vez 600”, dijo.
Kayserili ayuda a las personas a encontrar a sus familiares fallecidos y brinda apoyo psicológico. No ha dormido en dos días.
En el estacionamiento, las idas y venidas son constantes.
A su derecha, un hombre y su hijo, un adolescente de pelo rizado, recogen un cuerpo y se alejan impasibles, vencidos por la tragedia.
Detrás de ella, un hombre conduce lentamente un viejo auto azul. En su asiento trasero yace, en una bolsa negra, el cuerpo que buscaba.
Una camioneta blanca está estacionada cerca. A diferencia de otros coches de camino a Antakya, no se utiliza para transportar ayuda. Transporta cuerpos no identificados.
“Casi el 70% de los cuerpos aquí son anónimos”, dijo Kayserili.
Los que no se recuperan pasadas 24 horas son cargados en el camión y van a parar a fosas comunes.
“Podemos cargar 50 cadáveres”, dice Kayserili. “Podríamos llevar más, pero no queremos amontonarlos”, agrega con sobria tristeza.